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Individualidad y pacto

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“El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo” (Friedrich Nietzsche) En 1860, una de las primeras defensoras de los derechos de las mujeres, Elizabeth Cady Staton, afirmó en un discurso en la American Anti-Slavery Society que “hay una clase de matrimonio que aún no se ha intentado, la del contrato entre partes iguales que lleve a una vida de igualdad, con iguales restricciones y privilegios para ambas partes”. Con estas palabras, ya en esa temprana época, esta autora dejaba en evidencia un gran problema en las relaciones matrimoniales, los contratos o matrimonios pactados, habitualmente se hacían en función del varón y no de la mujer. De hecho, muchas autoras sostenían que el matrimonio, tal como estaba concebido, era una institución en la que sólo una parte, el marido, ejercía un poder similar al de esclavista sobre su espos

El mito de la debilidad "natural" de la mujer

Todos nacemos de una mujer, pero aun así, millones de varones persisten en hacer sentir a la mujer como la “débil” de la especie. Millones de mujeres sostienen económicamente a sus familias haciéndose cargo de hijos y en muchos casos de otros familiares, sin embargo hay hombres e incluso mujeres, que siguen creyendo en la debilidad femenina.

Los mitos se perpetúan porque las personas están dispuestas a creerlos. Se convierte en un acto de mitomanía toda vez que ven en la realidad solo lo que les permite ver el preconcepto que han elaborado en su mente.

La fundamentación del mito de                      la debilidad de la mujer

A lo largo de la historia ha primado la misoginia (odio a las mujeres), el androcentrismo (el varón como centro) y el culto a la maternidad (para mantener la hegemonía masculina). En dicho contexto no es extraño que “expertos” validen los mitos y las personas comunes comiencen a pensar en que si “autoridades” lo dicen, entonces, debe ser cierto, cayendo en la llamada falacia ad verecundiam, es decir, creer que algo es verdad porque lo sostiene una autoridad, sin darse el trabajo de examinar la validez del prejuicio.
J. B. Watson, conocido por ser el fundador del conductismo, una corriente de psicología de mucho impacto en la cultura occidental, especialmente en la educación, escribió un artículo titulado La debilidad de las mujeres (The Nation, 125/3235, 6 julio 1927, págs. 9-10), donde sin ninguna base científica ni lógica afirma que cuando las mujeres escriben biografías solo hablan superficialidades (descalificando de esa forma a todas las mujeres).
Agrega que la exigencia de la mujeres en la “libertad” implica “resentimiento contra la maternidad” (validando de esa forma otro mito imperante). A continuación, en relación a la respuesta femenina ante la sexualidad, señala que entre las “sufragistas militantes” (las mujeres que defendían su derecho a votar) abundan los desajustes sexuales, y sin ningún elemento objetivo señala que el 99% de las militantes del sufragio “no han hecho un ajuste sexual”, en otras palabras y en buen castellano las califica de “reprimidas sexuales".
Watson no hace más que corroborar el mito, sin aportar elementos de juicio objetivos para su postura ideológica, tal como ha sido a lo largo de la historia.

El componente misógino en el mito de la debilidad de la mujer

Las profesoras Esperanza Bosch y Victoria Ferrer de la Universidad de las Islas Baleares, señalan que tras el estereotipo de la debilidad de la mujer se esconde un componente misógino. El patriarcado tiene raíces culturales tan profundas que es difícil que se produzcan cambios a menos que exista la voluntad para criticar los preconceptos que la validan.
O. Stallybrass define el estereotipo como: “una imagen mental generalmente muy simplificada de alguna categoría de personas, institución o acontecimiento que es compartida en sus características esenciales por un gran número de personas. Los estereotipos van frecuentemente, aunque no necesariamente, acompañados de prejuicios, es decir, de una predisposición favorable o desfavorable hacia cualquier miembro de esa categoría en cuestión”.
El mayor problema del mito no es la ignorancia sino las actitudes que generan en términos de prejuicio y la conducta que se deriva a partir de dicho planteo erróneo.
Si se considera que la mujer es “débil” por naturaleza, entonces, se crearán mecanismos sociales para validar dicha acepción. En educación se fomentará un planteamiento en dicho sentido y culturalmente los medios de comunicación y en el “inconsciente colectivo” (C. G. Jung) se instalará una idea que evaluará a la mujer en base a dicho concepto estereotipado.

Las “debilidades” de la mujer

Los estereotipos se nutren de una cultura que los valida. A lo largo de los siglos se ha transmitido la idea de la “inferioridad natural de la mujer” en relación a los varones. El estereotipo se ha basada en tres áreas supuestamente irrefutables: La inferioridad moral, la intelectual y la biológica.
Se ha dado por sentado que las mujeres son débiles y por lo tanto proclives de ser seducidas, manipuladas y corrompidas, por esa razón, no serían moralmente confiables. Interpretaciones androcentristas de la historia de Eva (en la cosmovisión hebrea) o Pandora (en la perspectiva griega), sólo han servido para reafirmar este prejuicio.
Por otro lado, se ha supuesto la mejor capacidad intelectual de la mujer, lo que en términos objetivos no tiene ningún sustento ni lógico ni estadístico, al contrario, en la mayoría de los países las mujeres son mayoría en los estudios universitarios.
Finalmente, se ha sostenido su debilidad física y más proclive a la enfermedad, como un factor irrefutable, aunque la realidad muestra otra cosa. La mayoría de las mujeres tiene más resistencia a la enfermedad y viven más que los varones. Todo esto implica que el “sexo débil” en realidad no es tan débil como el mito lo sugiere.
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Se prohíbe la reproducción total o parcial del presente 
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Originalmente publicado en Suite101

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